La fenomenología de Gustavo Rol se divide básicamente en dos categorías: por un lado aquellos que él llamaba experimentos, y por otro una vasta antología de prodigios de cualquier tipo. Los experimentos se desarrollaban entorno a una mesa, en su casa o en casa de otras personas. El número de los asistentes oscilaba, normalmente, entre las cinco y las diez personas. Los “instrumentos” generalmente se constituían de folios blancos extra strong y por barajas de cartas normales. Bien sea los folios que las cartas normalmente eran nuevos, todavía confeccionados en sus respectivos envoltorios. Algunas veces alguno de los presentes (con frecuencia, un escéptico) traía de su casa, o recién comprados, sus barajas o sus folios. A través de sólo estos dos instrumentos, de los que hacían uso todos los presentes de manera casual dependiendo de los temas que se trataban, Rol realizaba numerosas variantes de un esquema de fondo preestablecido, como podría hacer un músico de jazz que improvisa un motivo inédito pero que tiene como base el inconfundible ritmo del jazz. Cuanto mayor era la armonía entre los presentes, mejor era la “música” que se tocaba...
Remo Luigi, autor de Gustavo Rol. Una vita di prodigi (Gustavo Rol. Una vida de prodigios) editora Mediterranee, ha sido testigo de muchos encuentros y da una descripción fiel de la típica velada de experimentos:
«Las veladas estaban divididas normalmente en dos partes: primero una charla, después los experimentos. Se discurría al menos durante una hora; y era sobre todo Rol quien orientaba la conversación afrontando un tema filosófico o de actualidad. O recordaba los años de juventud (...).
Pero había veladas en las que también le gustaba bromear, se olvidaba de los temas serios y se ponía a contar chistes. Y sabía ser muy divertido. A un cierto punto, generalmente hacia las 23, terminaba la primera parte de la velada. Rol proponía que se abandonaran los sillones y se pasara a la mesa, que siempre estaba cubierta por una mantel verde, su color favorito, el que le había dado inspiración en sus primeros experimentos. (...)
La atmósfera, digamos paranormal, se preparaba con las cartas. Delante de él había alineadas al menos ocho barajas de poker, cada uno con el dorso de un color y con un diseño distinto, casi siempre nuevísimas, porque el uso intenso las deterioraba fácilmente, o había que conservarlas porque se habían convertido en “testigos” de un experimento en particular con una o más inscripciones que aparecían entre los palos sin su directa intervención. Podía suceder que, ante una baraja aún envuelta en su celofán tuviera la inspiración de empezar la velada justo a partir de ahí: establecida una carta, en la homóloga aún empaquetada hacía aparecer una marca a lápiz dejando el envoltorio intacto y sin tocarlo. (...) Los mazos los manejaba poco, los hacía barajar y levantar a los presentes. (...) Los experimentos de Rol con las cartas de juego – eran experimentos y no “juegos”, esto hace falta recordarlo – se hacían a veces en secuencias rápidas como una explosión pirotécnica. Hermosísimos, elegantes, viéndolos te dejaban anonadado pero al mismo tiempo con la impresión de que fuera una cosa natural, fácil. Por ejemplo: hacía mezclar siete barajas de cartas y de una octava baraja hacía elegir una carta, pongamos el siete de picas. Pasava una mano por el dorso de las siete barajas alineadas y después daba la vuela a la primera carta de cada baraja: ¡eran todas siete de picas! O: apoyaba en la mesa una baraja abierta a modo de abanico con el dorso en alto y pasaba el dedo índice por encima, como un arco o la aguja de un reloj. “¡Decidme cuándo paro!” decía . Cuando se decía alto, el dedo descendía hasta la carta que quedaba debajo que se extraía. Pongamos que fuera el tres de tréboles. Delante suya estaban alineadas las siete barajas precedentemente mezcladas, todas con las figuras cubiertas. Cogía una y con un gesto rápido la lanzaba sobre la mesa de tal manera que las cartas se extendieran alineadas a lo largo de una recta. Aparecía todas giradas, excepto una que mostraba la figura: y era el tres de tréboles. Aún no se habían apagado las exclamaciones de los presentes, maravillados, cuando Rol lanzaba, una a una, las restantes seis barajas y todas las filas se alineaban mostrando cada una la carta girada: el tres de tréboles.»

El primer libro en el que se habla ampliamente di Gustavo Rol es Gusto per il Mistero (Gusto por el Misterio), editora Sozogno, año 1954, del escritor Dino Segre, en arte Pitigrilli. He aquí algunos de los ejemplos vistos por él:
«En tanto le había prometido a algunos amigos romanos que les presentaría al doctor Rol. La primera reacción de este extrañísimo hombre fue decir que no. Pero después, para no disgustar a un amigo rectificó su decisión: “Pero que no me pidan experimentos”
“No te pedirán experimentos”.
Conviene hablar del ambiente: recomendación indispensable: No le pidáis experimentos. Linea de conducta a seguir: Doctor Rol, no le pedimos que nos presente sus experimentos. Explíquenos de qué se trata.
“¿Qué queréis que os explique? Mandad a comprar algunas barajas de cartas.”
[El botones del hotel corre a comprar las cartas. A su regreso los presentes asisten a algunos experimentos. Rol le dice a uno de ellos:] “Póngase usted una baraja de cartas en el bolsillo, la que le parezca. Abotónese el bolsillo. Abra el otro, elija una carta cualquiera. Mírela. Y ahora, con su lápiz y con su bolígrafo, dibuje en el aire una palabra, o su firma, o una cifra. Sobre la carta aún cerrada dentro de la baraja, en el bolsillo abotonado, es la correspondiente a la que ha elegido, encontrará la palabra que usted ha escrito en el aire con su bolígrafo o con su lápiz”. La persona que se presta elige una carta, el cuatro de tréboles, por ejemplo, dibuja en el aire una firma; abre el paquete; busca el cuatro de tréboles; la firma, realizada con el lápiz, atraviesa la carta.»
«Una tarde estábamos en casa del periodista y pintor Enrico Gianieri-Gec. (...) Después de algunos experimentos, Rol dijo: “Gec, usted me resulta simpático; hasta ahora ha visto experimentos de primer y segundo grado. Le ofrezco algo más.

Tome una baraja de cartas cualquiera, la tenga fuerte entre sus manos. Repita las palabras siguientes” (y le recitó una fórmula que no transcribo). El periodista repitió la fórmula y todas las cartas de la baraja fueron proyectadas en abanico como si contuvieran explosivo.
“Diez de picas”, respondió Gec.
“¿En qué carta quiere que lo transforme?, preguntó Rol.
“En el as de corazones”, respondió el periodista.
“Mírela fijamente y diga estas palabras”, y Rol pronunció una frase.
Gec la repitió, empalideció y tuvo que sentarse. La carta que tenía entre las manos se decoloró, se volvió gris, una pálida mancha rojiza se delineó en el centro, se hizo roja, y se dibujó un corazón.
Llamamos a todos los amigos que jugaban a bridge en la habitación contigua y a la padrona de casa que, en su dormitorio le enseñaba a una amiga sus últimas adquisiciones. Nadie sabía nada del experimento, pero todos a la pregunta “¿Qué carta es?” concordaron en afirmar que se trataba de un as de corazones; exactamente como el as de corazones que estaba presente en la serie.»
«Una tarde, en el estudio de la abogada Lina Furlan, Rol invitó al profesor Marco Treves, docente universitario y director del manicomio de Turín.
“En esta caja” dijo Rol “yo pongo un folio de papel doblado en cuatro partes y un trozo de grafito de lápiz (le enseñó el papel en blanco y el grafito). Cierro la caja. Todos vosotros apoyad las manos. Y ahora usted, profesor, diga una frase cualquiera.
El profesor citó un verso de Dante: “Amor che a nullo amato amar perdona” [Amor que no perdona amar a amado alguno”, Infierno, Canto V, verso 668]
“Alzad las manos, abrid la caja y leed”, dijo Rol.
Sobre el folio estaba escrito el verso de Dante.»
Una buena descripción de experimentos con las cartas la encontramos en el periódico Quaderni di Parapsicologia [Cuadernos de Parapsicología] del 26 de enero de 1970, dirigido por los Doctores Piero Cassoli y Massimo Inardi del Centro Studi Parapsicologici di Bologna [Centro de Estudios Parapsicológicos de Boloña]. A continuación algunos experimentos comentados por el Dr. Cassoli:
«Rol me hace que escoja, que mezcle y que corte una baraja que está delante mía. Él está distante, a más de un metro; hace coger una carta de la baraja al hermano del Dr. B. “¡La lance al aire y la deje caer!” le dice. La carta cae con la figura cubierta. “La ponga sobre la mesa así como está”. “Coja otra y la lance al aire”. Esta cae al suelo con la figura visible: es el diez de corazones. Rol me dice: “¡Lance sus cartas sobre la mesa, venga, vamos, así como están!” Las lanzo deslizándolas una sobre otra. Todas están cubiertas. Justo en medio de la baraja solo una carta aparece al descubierto y visible: el diez de corazones
«Rol me da una baraja para mezclar y cortar. Lo pongo delante mía. Con la otra baraja y con varias técnicas se indica el cuatro de corazones. Rol me dice que ponga la mano sobre mi baraja, que cierre los ojos, que intente ver, visualizar un cuatro verde y que pronuncie “Hamma Hemma”. Una vez hecho esto me dice: “Corta la baraja”. Abro los ojos y corto. Corto exactamente por donde está el cuatro de corazones boca arriba, es decir, con la figura visible, mientras todas las demás están como era normal boca abajo.»
«Me hace que escoja una baraja de cartas, hace que baraje y que corte, después me hace decir un número, por ejemplo 20. Me hace quitar 20 cartas de la otra baraja, después me hace hacer algunos montones con las cartas que quedan. Hace que otro escoja uno de los montones (
él no toca nunca las cartas, que por otra parte están incluso lejos de él). Me dice: “¡Diga un número!” “Digo 8” – “escoja las ocho primeras cartas del montón indicado” – hago lo que me pide – “Cierre los ojos y piense intensamente al verde... Diga conmigo Hamma Hemma (y otras palabras que no recuerdo)... Recoja ahora las cuatro cartas en círculo” – Recojo – “Ahora las muestre”. Son un hermosísimo poker de ases
«Rol le pide dos libros a la propietaria de la casa a su elección. Se le traen: Cesare Pavese: Lettere 1924-1944 [Cartas 1924-1944] y, siempre del mismo autor: La bella estate [El hermoso verano] editora Einaudi. Desde el principio él no parecía muy convencido de la posible consecución del experimento; ojea un libro, el primero, como para tomarlo en “posesión”, todo durante poquísimos minutos; después me pide que exprese un pensamiento, lo que yo quiera, o un deseo. Yo digo en voz alta “Desearía volver a Turín”. Entonces Rol cogió una baraja, la abre encima de la mesa y la extiende con las figuras boca arriba, bien visibles. Después desde la izquierda con el dedo índice tenso comienza a extenderla hacia la derecha bastante rápido, después de haberle pedido a la señora B que lo parase cuando ella quiera. Durante tres veces se repite la carrera del dedo sobre las cartas y durante tres veces la voz de alto de la señora detiene el dedo sobre la carta cuatro, ocho, cuatro. Rol entonces dice: “Mirad en la página 484”. Hago lo que me pide y leo en voz alta la primera página indicada: ¡¡¡“Vosotros deseéis volver a Turín”»!!! (la frase completa, desde la página anterior era: “¡Me maravilla mucho, me impresiona que vosotros deseéis volver a Turín!”).
Poco tiempo después, estábamos charlando durante una brevísima pausa y el Dr. Inardi estaba diciendo “Son las tres y yo me tengo que ir a Boloña a las seis, es inútil que me vaya a dormir, si no, no conseguiré despertarme a tiempo para partir. Prefiero pasar tres horas en la estación”. Rol dice: “Intentémoslo con una palabra que se ha dicho ahora mismo, por ejemplo “dormir”. “Veamos si esta palabra está en el otro libro de Pavese (e indica el segundo, El hermoso verano). La misma técnica que en el experimento precedente, con cifras que salían de la baraja en el orden as, dos, as (1 –2 –1). En la página 121 del libro, en la primera línea, se podía leer: “-dían dormir” (en la página anterior estaba escrito “no po-dían dormir”).»
En 1966 sale un libro que recoge episodios y personajes relativos a varios sucesos paranormales. Es Universo proibito [Universo prohibido], editora SugarCo, de Leo Talamonti, que cuenta algún episodio de su encuentro con Rol:
«Fue en marzo de 1961 que encontré por primera vez al dr. G. Rol. Lo había llamado desde Milán un miércoles por la tarde, habíamos acordado que nos veríamos en su casa dos días más tarde, es decir, el viernes siguiente, a las 21,30. Pero yo anticipé mi partida y llegué a Turín a primera hora de la tarde del jueves. Acababa de llegar a un hotelito escogido por casualidad entre los numerosos hoteles de la zona de Porta Susa, cuando me llegó su llamada completamente inesperada: “He cambiado de idea: venga si quiere esta tarde, a la misma hora que habíamos quedado para mañana.”
“¿Pero usted cómo sabía que ya he llegado y que me alojo en este hotel?”
“Estaba pintando a carboncillo y la mano ha escrito automáticamente su nombre, añadiendo la indicación: hotel P., habitación 91”.
Elementos, dentro de lo normal, ignorados por el sensitivo.
Cuando me presenté en su casa...traía conmigo una de las usuales carpetas de cuero con varios expedientes... Me apostrofó con estas palabras: “Veo que su carpeta contiene dos artículos sobre la telepatía, ya listos pero aún si publicar. Un tema interesante”. “Era verdad, pero ¿cómo podía saberlo? Sin dejarme tiempo para que continuara, dijo: “Pero le advierto que el episodio que trata de Napoleón, del que habla en el segundo artículo, contiene una inexactitud. Le puedo dar una prueba.”» Y de hecho Rol le dio la prueba mostrándole algunos textos de historia y documentos específicos.
En 1975 Talamonti publica “Gente di Frontiera” [Gente de Frontera], editora Mondadori, con un capítulo entero dedicado a Rol. Aquí narra cuando, en 1961, fue a verlo para hacer un servicio periodístico acompañado de un fotógrafo:
«Mi improvisado colaborador no sabía nada del enigmático señor que íbamos a entrevistar; imagínense, pues, cómo reaccionó cuando el doctor Rol se dirigió a él con estas preguntas, después de habernos conducido al estudio: “Usted está casado desde hace pocos meses, ¿verdad? ¿Y su mujercita es morena con los ojos negros?”. “Sí, pero como diablos...” “Espere. ¿Cómo es que se siente siempre medio dormido? Como ahora, por ejemplo. Usted padece astenia, ¿y sabe por qué? Yo se lo diré. Son muchos los motivos, pero en primer lugar está la apendicitis crónica que padece: ¿no es verdad, tal vez?”. “Sí, ¿pero usted cómo puede saber todas estas cosas? ¿Me ha mandado espiar?” (...) Ahora me diga: es verdad que usted ha ganado 37.000 liras en el totocalcio? Pero ha perdido mucho más, si tiene en cuenta todas las cantidades de dinero que ha jugado durante tantos años. Pero créame: no insista.”
Esta vez el estupor había incluso bloqueado las facultades de reacción verbal del joven, el cual no miraba ya a Rol, sino a mí, sus ojos descolocados, llenos de preguntas sin expresar.»
El episodio con el fotógrafo continúa en Universo Proibito:
«... después de lo cual nos condujo a su bien fornida biblioteca, y nos pidió que eligiéramos a placer todos los libros que quisiéramos, para cierto experimento.
Cogimos por casualidad unos volúmenes en varias lenguas, después lo seguimos hasta una habitación más grande, donde nuestro anfitrión se situó a siete u ocho metros de nosotros; y aquí se verifican algunas cosas que ningún espíritu positivista podrá creer jamás.
Yo indicaba al azar – con el dedo, sin precisar el título – alguno de los libros que el joven sostenía bien cerrado bajo el brazo, pidiendo al mismo tiempo que nuestro anfitrión “leyera” tal página y en tal línea, y la misma cosa hacía cuando le tocaba al fotógrafo, en relación con los libros que había traído conmigo. A cada petición, el doctor Rol, con seguridad y precisión leía en el punto indicado del libro bien cerrado, y justo después controlábamos la exactitud de la lectura. No conseguimos que se equivocara jamás. Para evitar la posibilidad de que él nos impusiera mentalmente la elección de las páginas, establecimos los números sobre la base del valor de ciertas cartas escogidas al azar de las barajas bien mezcladas. Nos alternamos en la elección de textos; repetimos la misma experiencia hasta que nos cansamos; al final nos rendimos a la evidencia».
Y es así que concluye de nuevo en Gente di Frontiera:
«Poco antes de que nos despidiéramos de nuestro anfitrión, éste se sentó un momento en la escribanía, garabateó algo en un folio y tapó lo escrito en la mano; entonces llamó al fotógrafo y le pidió que dijera un número cualquiera. “¿De cuántas cifras?” preguntó el fotógrafo. “Como usted prefiera”, dijo Rol. “Entonces digamos 753”, dijo el joven. “Qué extraño: ya lo había escrito”, respondió Rol mostrándole el folio. Era verdad.»

El primer libro dedicado exclusivamente a Gustavo Rol es el del periodista Renzo Allegri, Rol il mistero [Rol el misterio], editora Musumenci, de 1986. He aquí algunos fragmentos:
«Un día invité a mi casa a Rol para enseñarle un cuadro que acababa de comprar. Sé que no es un apasionado de cierta pintura contemporánea, pero, ya que es un gran entendido de arte, consideré importante su opinión. Acompañándolo al salón le dije: He aquí el cuadro. “No me gusta” dijo en seguida Rol, y añadió: “Te lo garabateo”. Extrajo su famoso lápiz y apuntó al cuadro haciendo unos signos en el aire. Por favor, no lo hagas, grité yo. Me ha costado muchísimo dinero. Corrí hacia el cuadro para ver si Rol me lo había arruinado, pero no noté ninguna marca. Menos mal que no has hecho ningún desastre, exclamé aliviado. “Intenta quitar ése cuadro”, dijo aún. “Lo quité y en la pared había un gran garabato a lápiz. Rol se había ahorrado el cuadro; pero había manifestado su disconformidad escribiendo en la pared detrás del cuadro».
«A veces Rol ‘escribe’ en las servilletas de las personas que están en las mesas cercanas. Lo hace sólo cuando se lo piden los amigos, que se quieren divertir. Me han contado que uno de estos es Federico Fellini. Cuando está en Turín, el referido director de cine va siempre a saludar a Rol. Después lo invita a comer e infaliblemente le pide que ‘escriba’ a distancia, sobre las servilletas de ciertos comensales. Rol lo rechaza porque dice que no consigue hacer algo que otros quieren, pero al final cede. Fellini elige ciertos señores corpulentos, que almuerzan con la servilleta remetida por el pecho sobresaliente. “Escribe algún epíteto gracioso”, le sugiere a Rol. El sensitivo hace unas marcas en el aire y en la servilleta blanca del tranquilo comensal aparecen las frases más extrañas,

La casa de Rol en Turin
normalmente hirientes. Cuando el ‘Blanco’ se da cuenta se queja a los dueños del restaurante. Alguno se enfada, amenaza y Fellini se divierte muchísimo.
Un médico me enseñó un mantel con una rosa dibujada encima, una rosa en un jarrón de cristal. “Rol dibujó la rosa”, me dijo el médico “que estaba en nuestra mesa, y me regaló el mantel” añadió. Le indiqué que faltaba el jarrón. “Eres imposible de contentar”, dijo Rol “Ten bien alzado el mantel” añadió. Así, a un metro de distancia, ante los ojos de las personas que estaban en la mesa con nosotros, el jarrón se trazó en el aire y apareció inmediatamente en el mantel, completando el dibujo».
«Otro tal me enseñó un cuadro y me dijo: “Me lo regaló Rol. Aquí, en la esquina, estaba la dedicatoria que yo enseñaba a todos mis amigos. Un día Rol y yo discutimos por teléfono. Él se enfadó bastante, y después de haberme reñido duramente, me dijo: “Me he equivocado contigo. Lo que te he escrito en la dedicatoria del cuadro ya no es cierto, y por eso lo retiro”. Creía que con estas palabras quería decir simplemente que repudiaba el contenido de la dedicatoria; sin embargo, como hacía normalmente, lo dijo en sentido realista. Una vez terminada la turbulenta conversación telefónica, pasé por delante del cuadro y con enorme maravilla constaté que la dedicatoria de Rol había desaparecido. No había quedado ni rastro de lo escrito”».
En casa de la señora V., amiga de Rol:
«Rol estaba particularmente eufórico. Pasando cerca de una mesa, vio que había cartones de la tómbola. Cogió el saquito de tela que contenía las fichas numeradas, metió dentro la mano y, dirigiéndose a mí, me dijo: “Dígame un número”.
“Veinticinco”, contesté.
Extrajo un número y era el veinticinco.
“Otro número”, dijo una vez más Rol.
“Siete”, contesté. Y Rol extrajo el siete. Continuó así con siete u ocho números, sin equivocarse en siquiera uno.
Después, dirigiéndose al fotógrafo, dijo: “Intentémoslo con usted”. Y repitió, también con el fotógrafo el mismo juego cinco veces sin equivocarse. “Hoy estoy en forma”, dijo y repuso el saquito de los números de la tómbola».
Allegri narra la dinámica de uno de los experimentos más típicos de Rol:
«Distribuyó unos folios de papel completamente blancos. Los observé atentamente: eran folios blancos normales, extraídos de un montón intacto. Nos invitó a que los dobláramos algunas veces y a reponerlos en el centro de la mesa. Uno de aquellos folios, aislado y marcado, y me fue entregado a mí con la propuesta de metérmelo en el bolsillo. Lo miré e hice lo que me pedía.
En este momento, Rol pidió a los presentes que dijeran un tema. Consultamos entre nosotros y decidimos hablar de arte. “Está bien” añadió Rol. “Hablemos de arte”. Se empezó diciendo que el arte proviene del pensamiento, que es posible dividirla en arte antigua y arte moderna, arte clásica y arte abstracta. Una señora dijo: “El arte clásica proviene de la impresión del pensamiento”. “No es una definición estrictamente ortodoxa” dijo Rol, de todas maneras está bien. Ahora pidamos a la Enciclopedia Treccani una definición del arte abstracta. Através de las cartas, en el caso en el que haya que decidir, elegiremos dos números de dos cifras cada uno. El primero indicará el volumen de la enciclopedia, y el segundo la página del volumen. Y bien, la primera línea de la página que indicarán los números escogidos al azar, deberá empezar con una frase que sea una respuesta lógica a la pregunta: ‘¿De dónde proviene el arte abstracta?’”.
La primera carta que se extrajo fue un 2 y la segunda un 3: el primer número, entonces, era el 23; el segundo resultó ser el 22. “Entonces”, dijo Rol “tenemos que mirar en el volumen 23 en la página 22”. Se trajo el volumen vigésimo tercero de la Treccani: en la primera línea de la página 22 se leía:
‘de la metafísica del pensamiento’.
“Es una buena definición”, dijo Rol. “El arte abstracta proviene de la metafísica del pensamiento. Es un concepto que no me desagrada. Muéstreme el folio que tiene en el bolsillo”, dijo dirigiéndose a mí. Me había olvidado. Lo cogí, y en el centro a lápiz estaba escrito: ‘de la metafísica del pensamiento’: la misma frase indicada en la enciclopedia por los números escogidos al azar. Rol sonrió mirando mi estupor. Después quiso firmarme el folio como recuerdo de ése experimento».

En otra ocasión, Allegri iba acompañado de un colega periodista, molto escéptico, que recibiría una buena lección:
«Con el procedimiento habitual, Rol hizo escoger uno de los folios blancos que habíamos doblado y puesto sobre la mesa, cogí uno y se lo di a mi colega diciéndole que se lo metiera en la cartera. Mi amigo lo cogió, lo observó bien y después dijo: “En lugar de este folio, ¿puedo meter este otro?” y enseñó un folio de papel encabezado de nuestro diario Gente.
Rol sonrió. “Usted no se fía de mí” dijo. “El paquete de folios de la que hemos cogido los folios se ha comprado hoy en un supermercado de Turín. No hay ningún truco. De todas maneras ponga en su bolsillo el folio del periódico que usted ha traído.”
El experimento continuó más o menos con el esquema de los que he referido anteriormente. Llegados al momento en el que Rol alza el lápiz de bambú y traza unos símbolos en el aire hubo un momento de pausa. Rol lo pensó mejor. “Venga aquí conmigo” le dijo a mi colega. Le puso el lápiz en la mano e hizo el gesto de trazar unos símbolos en el aire guiando la mano de mi colega.

Rol en casa de unos amigos, poco antes de comenzar unos experimentos (1977)

Después lo mandó a su sitio. “Coja el folio que tiene en el bolsillo y lo examine”, dijo Rol.
Aquel amigo mío tenía en la cara una sonrisa de satisfacción. Era completamente cierto que sobre “aquel” folio, aquella tarde, no había aparecido nada escrito. Sacó la cartera del bolsillo. Extrajo el folio doblado. Lo examinó para verificar que estuviera doblado como cuando lo había metido. Lo abrió, lo observó y empalideció tremendamente.
“¿Qué pasa?”, pregunté preocupado.
Casi balbuciendo, mi colega dijo: “Pero esta es mi letra”.
En el centro del folio, que era el auténtico, de papel encabezado de periódico, aparecía la frase pronunciada por el ‘espíritu inteligente’ que, poco antes mientras habíamos estado sentados, se había manifestado ante Rol. La frase estaba escrita con la grafía inconfundible de mi colega».
Dino Buzzati ha escrito en diversas ocasiones acerca de Rol en Il Corriere della Sera. El 2 de agosto de 1964, en un artículo titulado “L’albergo salvato dal mago” [El hotel salvado por el mago], nos cuenta una historia relacionada con el Hotel du Cap, en Antibes en la Costa Azul, donde Rol era el huésped:
«Monsieur André me hizo entrar en su estudio digno de un viejo almirante. He aquí los álbumes con los recuerdos del Hotel du Cap. Las caras y los nombres más famosos de Europa. Pasando las páginas, a un cierto punto André Sella paró su dedo sobre la cara de un joven en la flor de la vida. “Giorgio Cini – dijo – . ¿Se acuerda? Septiembre de 1949... Y éste es el doctor Rol, el mago de Turín, usted habrá oído hablar de él”.
“Ciertamente”
“Le devo la vida. Giorgio Cini estaba en el Hotel con Merle Oberon, su novia, tenía que marcharse al día siguiente para Venecia. Pero por la tarde, a la hora de la comida, Rol me tocó un brazo y me dijo: ‘Aquel Cini tiene está muy cercano a la muerte’. Nada más; pero yo sabía quién era el doctor Rol. Tuve miedo. Encontré un pretexto para no marcharme... A la mañana siguiente acompañé a Cini al aeropuerto de Niza. Lo esperaba su piloto personal. Despegue perfecto. Mientras me acercaba a la salida seguía al avión con la mirada, así, por instinto. ¿Y pocos instantes después no vi separarse un ala entera y el aparato caer como un plomo? Quando llegué al lugar era horrible, nadie lo habría podido reconocer. Después las escenas, se lo puede imaginar, Merle Oberon como loca. Y yo a salvo”».
El 6 de agosto de 1965, en otro artículo de Il Corriere della Sera, hay algunos testimonios de Federico Fellini. La que sigue a continuación recuerda a la ya experimentada por Gec:
«Por haber desobedecido, Fellini estuvo mal, durante dos días no consiguió comer ni dormir. “Me hace que escoja una carta de la baraja. Era, me acuerdo, el 6 de tréboles. ‘Cógela’, me dice, ‘tenla apretada contra tu pecho y no la mires: ¿ahora en qué carta quieres que la transforme?’. Yo elijo al azar. En el 10 de corazones, le digo.
‘Te lo aconsejo’, repitió él ‘tenla bien apretada y no la mires’. Lo veo que se concentra, mira fijamente con intensidad espasmódica la mano con la carta. Mientras tanto yo pienso: ¿por qué no puedo mirar? Sí, me lo ha prohibido, pero el tono no era tan severo. ¿Que me lo haya dicho a posta para incitarme a transgredir? En fin, no resisto la tentación. Separo un poco la carta del pecho y miro. Y entonces he visto.. he visto una cosa horrenda que no se puede explicar con palabras... la materia que se disgregaba, una papilla amarillenta y acuosa que se descomponía palpitando, una amalgama repulsiva en la que el símbolo negro de los tréboles se deshacía y aparecían unas vetas rojas... En este momento sentí una mano que me cogía en estómago y le daba la vuelta como a un guante. Una náusea inexplicable... Y después me hallé con el 10 de corazones en la mano”».
Y aún más:
«Y helos ahí en el parque del Valentino, Rol y Fellini, en una tarde soñolienta. Extrañamente Rol está melancólico, habla poco, persigue ciertos desconocidos pensamientos suyos. Se sientan en silencio en un banco. Más allá, sentada en otro banco, una niñera se queda casi dormida y delante de ella la sillita del bebé. Por encima de la sillita se pone a dar vueltas un enorme avispón. “Mira ahí” dice Fellini “hay que ir a alejar a esa bestia”. “No, no hace falta” responde Rol, y extiende la mano derecha en derección al insecto. Un chasquido de dedos y el avispón cayó seco, fulminado. “Ah, lo siento”, se lamenta el misterioso y fascinante hombre. “Lo siento. ¡No tenía que mostrarte esto!».
Jader Jacobelli, periodista, en La Stampa del 19 de octubre de 1994, ("La magia e la forza di Dio") [La magia y la fuerza de Dios]:
«Frecuento desde hace treinta años el Valle de Aosta y San Vincent en particular. El doctor Gustavo Rol (...) pasaba sus vacaciones de agosto en el Grand Hotel Billia con su hermana. Entonces se había establecido cierta amistad plurianual, siempre un poco distante porque no le apasionaban los periodistas. He asistido, por ello, a toda la extraordinaria serie de experimentos con barajas de cartas que le daba el barman. “Prefiero las cartas – decía – porque no suponen problema alguno, dado que vosotros creéis que es un truco, aunque no se vea”. Uno de estos experimentos, al que he asistido más de una vez, era principalmente inquietante. Sin abrir la baraja hacía que le dijeran un número del 1 al 40. Después ponía su mano sobre la baraja que parecía que padeciese un estremecimiento. Daba la baraja a uno de los pocos presentes para que la abriera y mostrara la carta correspondiente al número indicado. La carta aparecía apenas agujereada con un punzón».

El destacado escritor católico Vittorio Messori en un especial de Il Corriere della Sera, octubre de 1994, cuenta:
«Se conversaba, un día (conmigo estaba Giuditta Dembech) en el gran salón de estilo imperial, esperando que nos transfirieran al ambiente contiguo para los “experimentos”. Nos pusimos a hablar sobre aquel Cottolengo donde la presencia de Rol (dicen) era habitual y benéfica que, como ya se sabe, no vive de lo que día a día le regala la Providencia. Sabía bien que nunca se había querido aprovechar para sí mismo de sus inexplicables capacidades. Pero, ¿por qué motivo no lo hacía para los demás? “Doctor Rol”, le pregunté entonces, “¿por qué, con esta posibilidad que tiene, provada mil veces, de preveer lo que saldrá de una baraja de cartas o de una ruleta, no desbanca un casino? ¿Por qué no sustraer algún millón a esos especuladores para dárselo a quien le hace falta?”
Sonrió y dejó pasar la pregunta. Poco a poco nos fuimos sentando en torno a la gran mesa antigua. Él presidía en un extremo, yo en el otro, a bastante distancia el uno del otro. El ambiente estaba lleno de luz: aún no había anochecido y las lámparas de cristal estaban encendidas. Después de algún increíble y consueto – para él – “experimento” con las cartas, se dirigió hacia mí al improviso: “Querido amigo, quiero contestar a su pregunta. Se levante, en el cajón de aquella mesita encontrará un paquete de folios blancos.

Coja unos cuantos, los examine uno a uno, controle la filigrana con el trasluz. Después los doble en cuatro partes y los meta en el bolsillo interior de su chaqueta. ¡Y cierre bien el botón!”. Hice lo que me pidió, volví a mi sitio. Rol no se había movido del suyo, no nos habíamos rozado. Por un momento echó la cabeza hacia detrás, “escribió” en el aire con su lápiz – famoso para los habituales – revestido de bambú. Justo después me pidió que extrajera de la chaqueta los folios blancos que había controlado uno a uno y que nadie más que yo había tocado. En el más interior de los folios estaba escrita, a lápiz, la respuesta a mi pregunta: “Sería una obra de beneficencia hecha sin sacrificio, entonces no tendría ningún valor (aquí una palabra indescifrable, n.d.r.) del espíritu de Rol”.
Quiso que le entregara el folio: con el mismo lápiz (aunque con el carácter más marcado) y con la misma caligrafía – era inconfundiblemente suya aquella “aparecida” en mi chaqueta, como si el grafito se hubiera depositado viniendo del aire – escribió: “Propiedad del doctor Vittorio Messori, 11 de abril de 1989. R”. Lo enrolló y me lo dio “de recuerdo”».
En 1993 Giuditta Dembech publica el segundo volumen de Torino Città Magica [Turín Ciudad Mágica], ediciones l’Ariete.
Un amplio capítulo está dedicado a Gustavo Rol. He aquí un extracto:
Está hablando Rol:
«Ha venido a mi casa Tullio Regge [
candidato al premio Nobel de física], le acompañaban su mujer, un profesor de medicina, muy famoso, y otra persona. Han traído unas cartas suyas, no se ha utilizado nada mío. Durante el desarrollo del experimento han hecho que estuviera con las manos detrás del respaldo de mi silla. No he tocado nada en ningún momento. Regge barajaba las cartas escondiéndolas debajo de la mesa. Yo le he dicho: “Piense una carta. Piénsela sólo, no la busque”.
“La he pensado”
“Ahora ponga su baraja encima de la mesa”
“¿Puedo cambiar la carta que he elegido?¿Elegir otra?”
“De acuerdo, cámbiela si quiere...”
“Pues bien, he elegido otra”
“Baraje aún sus cartas”. Yo tuve siempre las manos detrás del respaldo de la silla.
“Ahora deje las cartas sobre la mesa y corte por el punto que prefiera...” Aparece un as de tréboles. “Es la que he pensado en segundo lugar... ¡Vuelva a hacerlo!”.
“No puedo volver a hacerlo, yo no soy Dios, que puede repetir las cosas hasta el infinito. El experimento ha salido bien pero yo no puedo volver a hacerlo...”
“Pero yo no puedo admitirlo. Haría falta que se examinara por un prestidigitador, estar seguros de que no hemos sido sugestionados todos nosotros, o que usted haya hecho algo de lo que no nos hemos dado cuenta... Científicamente no puedo admitir nada parecido...”»
Comenta Dembech:
«Si hay algo que irrite profundamente a Rol, es justo pedirle que se ponga al lado de un prestidigitador, es un tema que lo saca de quicio. Cualquier experimento que salga de sus manos se ha conseguido gracias a la intervención del Espíritu, de una fuerza superior extra humana; ¿por qué afiancarse a unos profesionales del truco y del ilusionismo? ¿Qué podrían conocer, sino trucos y engaños? Hace varios años, Silvan [prestidigitador italiano] lanzó un desafío a Rol a través de un popular programa televisivo: “venga aquí, podemos repetir con trucos todos y cada uno de sus experimentos...”. Con anterioridad, sin embargo, en privado, el mismo Silvan había llamado por teléfono a Rol pidiéndole que le revelara el secreto para realizar sus fenómenos sólo con el poder del espíritu. ¿Puede que se haya sentido ofendido con la respuesta?»
En 1995, el año siguiente a la muerte de Rol, sale a la venta el ya citado libro del periodista Remo Luigi, probablemente el más rico y completo por la cantidad de datos y anécdotas, y por la fidelidad con la que se reproducen un gran número de experimentos. He aquí algunos:
Testimonio del prof. Diego de Castro, exdirector del Instituto de Estadística de la Universidad de Turín [artículo de La Stampa del 20.08.1978]:
«Rol, a plena luz, hacia las 13, hizo este experimento en casa de mi suegro donde se le había invitado a desayunar. No en su casa. Escogido por mí, al azar, un libro entre una treintena de volúmenes encuadernados de la misma manera: elegidas por mí tres cartas de una baraja que estaba en la casa, para determinar el número de la página, me hizo poner el libro en el pecho y entonar una especie de nenia (oh, oh, oh) durante algunos segundos. No llegó a tocar el libro, que después resultó ser de Victor Hugo. Dijo en francés (traduzco): “Los valentinos dormían con sus osos”. El primer verso de la página escogida con las cartas decía: “Los valentinos dormían con sus osos”. El libro había estado siempre entre mis manos, su elección y la elección de la página eran casuales: ignoraba qué libro fuera. ¿Un truco? Pido la explicación, más que nada porque repetimos el experimento con un libro alemán y otro italiano con idénticos resultados».
Testimonio del sr. Aldo Provera, empresario, preciado amigo de Rol y el ejecutor de su testamento:
(En el casino de Mentone) «...mientras cruzábamos las salas nos parábamos durante algún momento delante de varias mesas para asistir al menos a una jugada, y mientras el croupier hacía girar la rueda, Gustavo escribía un número sobre un papel que me metía en la mano: “Espera un momento” decía. Y cuando la pelotita había entrado en su casilla yo miraba el papel: de manera invariable la previsión coincidía. “No me equivoco porque no juego” comentaba».
[prof. Ferruccio Fin] «Éramos seis, en mi apartamento de Corso Matteotti. Habíamos puesto en las manos de Rol un ramo de un jarrón y lo ha tirado contra la pared: el ramo no se ha caído, ha desaparecido. Fuimos a la habitación de al lado, en la otra parte de la pared: el ramo había acabado en un armario que estaba en la pared».
[prof. Guasta] «Una tarde, en los Ochenta, Rol vino a mi casa en la colina de Turín. Estábamos él, Marisa y yo. Cogió una baraja de cartas y dijo: “Mirad, ahora veréis cómo se hincha porque quiero que una carta sí y una no se den la vuelta”. Revisamos la baraja: estaban todas vueltas en el mismo sentido. La barajamos, la apoyamos en la mesa y Rol le pasó una mano por encima, sin tocarla. La baraja se hinchó, levantándose más de un centímetro, y después, poco a poco, volvió a bajar. La volvimos a revisar y una carta sí y otra no estaban dadas la vuelta. Repitió el experimento durante varias veces y al final dijo: “Hagamos la siguiente prueba: pongamos una botella encima para que no se pueda hinchar”. Y así lo hizo: la baraja se quedó comprimida, pero al final de la revisión constatamos que las cartas que tenían que darse la vuelta estaban dadas la vuelta de todas formas”».
Dice Lugli: «En los años ochenta, cuando Guasta tenía el estudio dental en Turín, en Corso Fiume, (que distaba menos de un kilómetro enfrente del piso de Rol), a veces Gustavo lo llamaba por la tarde para charlar. Él a lo mejor tenía varios clientes en la sala de espera, pero el placer de hablar con su amigo era tal que no podía rechazar la llamada. “Y a partir de las charlas” dice Guasta, “era fácil que Rol propusiera pasar a los experimentos. Me decía que cogiera una baraja y que intentara lanzarlo como solía hacer él, de manera que todas las cartas se distribuyeran en una línea única. “¿Quieres que haya una carta al revés? Dime cuál”. Yo decía, por ejemplo, el cinco de rombos que quedaba a la vista. Era una emoción estupenda. Pero no podía hacerme ilusiones: yo hacía sólo el gesto, quien mandaba era él, a través de nuestra conexión telefónica y no se equivocaba jamás».
[Un día] «Gustavo me dijo: “Tú ahora te preparas para lanzar la baraja de cartas y piensas una carta, pero no me digas qué carta es. Cuando la hayas elegido haces el lanzamiento”. Pensé en el as de corazones y después lancé y el as de corazones apareció al revés. Rol, al otro lado de la línea estaba contento, se reía. Después, cuando terminanos la llamada, me obsesioné por un tiempo intentando otros lanzamientos pensando en que una carta se diera la vuelta, pero fue en vano».
También en 1995 se publica Rol oltre il prodigio [Rol más allá del prodigio], editora Gribaudo, de Maria Luisa Giordano, amiga suya durante varios años. Así nos cuenta cuando, el día de Navidad de 1978, fue a verlo acompañada de su madre y de la hermana de Rol, Maria:
«Después de haber charlado un poco me preguntó si quería un bombón, le dije que no, entonces me dijo “¿Querrías dos ciruelas?”. Me eché a reir, no estaban de estación. Sin embargo después me quedé sin palabras: una vez que se hubo concentrado durante sólo un momento aparecieron en la mesita dos ciruelas fresquísimas, y buenas. En el mismo momento, delante de su hermana Maria habían aparecido nueces y avellanas. Después lo llamaron por teléfono unos amigos que estaban en Costa Rica y que querían felicitarle las fiestas, entonces lo oí decir “Mandadme unas bananas”. De repente delante de mi madre en la mesa aparecieron dos bananas. Cuando Rol colgó el teléfono y volvió al salón se quedó tan impresionado como nosotras, tenía una expresión simpática».
«Era julio, hacía mucho calor. Nos encontrábamos en la clínica Koelliker con un paciente: los médicos que lo asistían le dieron a Rol una receta para que la leyera. Pero Gustavo se había olvidado las gafas en casa: “Las veo – dijo – las veo, están en mi comodita ‘retuor d’Egypte’, en mi estudio”. La ventana de la habitación estaba abierta y de repente no sólo yo, sino todos los demás médicos vimos llegar sus gafas que, vibrando en el aire, se depositaron sobre sus rodillas. Sin darle la más mínima importancia, muy desenvuelto, las cogió y se puso a leer la receta y todos nosotros estábamos mirándolo atónitos.
«Otra vez quedamos con Rol en un pequeño restaurante al que no habíamos ido nunca. Apenas cruzamos el umbral le preguntó a la dueña del local que estaba ocupada sirviendo a los clientes: “¿Dónde ha pasado las vacaciones el verano pasado?”. La señora no le respondió porque estaba muy ocupada, es más, hizo un gesto de impaciencia. “Entonces se lo diré yo – dijo Rol – abra la servilleta que tiene sobre el brazo”. Ésta cogió la servilleta y la abrió: en el interior estaba escrito el lugar y la fecha de las vacaciones de la señora. “Pero usted quién es, me da miedo” exclamó asustada».
En 1996 sale a la venta el libro del prof. Giorgio di Simone, Oltre l’umano. Gustavo Adolfo Rol [Más allá de lo humano. Gustavo Adolfo Rol], ediciones Reverdito.
He aquí algún experimento:
«
Como siempre, Gustavo no tocaba las cartas. En un momento dado cada uno de nosotros (¡y éramos once!) barajó atentamente un montón de cartas después de que el sensitivo nos hiciera escoger de común acuerdo la carta objetivo: aquella vez acordamos en que sería el 9 de rombos. Una vez cortados los once montones, se pusieron sobre el mantel verde, delante de Rol, que no hizo sino cubrirlos con el borde del mantel mismo, de manera que en su parte el mantel estaba cerrado, mientras que en la nuestra estaba obviamente abierto y doblado por encima de las cartas, orientado hacia nosotros. Y aquí sucede uno de los fenómenos más estupefacientes de la serie, un fenómeno que, por lo que parece, han visto pocos, al menos de manera tan clara y evidente, bajo la luz de una gran lámpara: Gustavo pasó las manos sobre los once montones cubiertos, pero sin que los tocara mínimamente. Sus manos se movían a 3/4 centímetros por encima del mantel y después de algunos segundos todos nos dimos cuenta de que por debajo del mantel los montones de cartas se animaban. Los pasos (¿magnéticos?) de Rol duraron poquísimo y la línea que formaban los once montones cubiertos parecía viva, se movía como si la recorriera una ola invisible. Una vez hubo cesado el dinamismo de las cartas y alzado la parte del mantel que las cubría, nosotros mismos nos dimos cuenta de que el 9 de rombos se había efectivamente y “obedientemente” desplazado a la parte superior de cada montón, como primera carta (...). Sin embargo no he sido testigo de un fenómeno parecido que sucedió, parece ser, en el ámbito de la Curia arzobispal napolitana, cuando fueron hasta 111 (¡ciento once!) las barajas de cartas que se mostraron al final con la idéntica primera carta».
Así cuenta uno de los asistentes a una velada de experimentos: «Como tenía que sacar de cada baraja una carta de un cierto valor y un cierto palo (ya no recuerdo cuál), entre mi estupor y turbación vi que las cartas saltaban solas fuera de la baraja, así (hace el gesto) una detrás de otra, y obviamente se movían sólo las que se buscaban y que se habían pedido, ¡¡¡y se disponían como deseaba Rol!!! ...».
Di Simone cuenta: «Me dijo que tuviera, después de haberlas mezclado yo mismo, dos barajas de cartas con el dorso hacia arriba, una en cada mano. Me dio a escoger mentalmente una carta, y yo elegí el as de corazones (elección principalmente banal, pero estéticamente agradable). Entonces me pidió que extendiera las cartas boca abajo, de manera que se formara una X. Hice lo que me pidió, y ocurrió la enésima maravilla: en el cruce de aquella X, mientras el resto de las cartas quedaron cubiertas, ¡los dos ases de corazones aparecían a la vista!».

María Luisa Giordano publicó en el 2000 su tercer libro dedicado a Rol. Titulado Rol e l’altra dimensione [Rol y la otra dimensión], ed. Sonzogno. La autora cita numerosos testimonios inéditos. He aquí algunos:
«Una tarde Rol nos contó que habría querido escribirle una carta de fuego a una persona que lo había ofendido. Pero, mientras estábamos hablando, nervioso, me pidió que dijera un número cualquiera. “Veintiocho”, respondí. Entonces me pidió que fuera a coger un volumen al azar y que lo abriera por la página correspondiente. La primera palabra era “Perdón”. Obviamente no escribió la carta».
«Una amiga de mi madre, la mujer de un conocido médico, durante un experimento vio aparecer al antiguo bedel de la escuela a la que iban sus hijos, que había fallecido algunos años antes, presa del terror se levantó, corrió a encender la luz y huyó hacia la puerta de entrada».
María Luisa Giordano refiere algunos testimonios de Arturo Bergandi, hombre de confianza y factótum en casa de Rol durante varios años:
«¡Cuántas cosas sucedían en aquella casa! A veces, mientras el doctor intentaba pintar, veía correr por el suelo de las habitaciones grandes canicas de acero que saltaban y bajaban de los sofás y las butacas. De todas formas ya estaba acostumbrado a todo, pero esto me asustaba.

Corría a pedirle ayuda al doctor, que, imperturbable, seguía pintando: “Ah, sí”, me decía, “no es nada, Bergandi, significa que no estamos solos, no tema”. Y entonces todo volvía a la normalidad.
«Una vez tuve que ayudar al doctor a cargar un cuadro en el coche de una señora que había venido a verlo y después se ofreció a llevarlo. Lo acompañé al Topolino de la señora, que estaba aparcado en la avenida. La señora estaba avergonzada y dijo: “Lo siento, mi coche es demasiado pequeño, está bien para el profesor Valletta, usted no puede entrar”. “No se preocupe, señora”, le respondió el doctor Rol, “todo se resolverá”. De pronto se volvió pequeño y menudo, y pudo sentarse en el coche fácilmente. Estaba perplejo, estupefacto, me temblaban las piernas».
«Otra vez tenía que acercarme a comprar unas bombillas en una tienda al por mayor. El doctor me dijo que cogiera el tram número 16: “Pero”, me aconsejó, “no coja el primero que pasa porque no se pueden abrir las puertas”. Me dirigí a la parada e hice lo que me había dicho: de hecho, el tram número 16 llegó lleno de pasajeros que despotricaban y golpeaban los cristales porque las puertas estaban bloqueadas».
Continúa Giordano: «La princesa María Beatriz de Saboya añade este interesante testimonio: “En los años ’30 [se trata del 38] mi madre [María José, reina de Italia] puso a prueba a Rol para encontrar un aderezo de diamantes que había desaparecido del arca del quirinal. Lo llamó por teléfono y él, en pocos minutos, resolvió el enigma: ‘Está en el tercer cajón a la izquierda del escritorio de su antesala’. Era verdad: alguien, después de que mi madre volviera de una visita al Vaticano, había repuesto ahí el aderezo con la intención de ponerlo en su sitio al día siguiente. Después se le había olvidado”».
En el 2002 salió a la venta otro libro acerca de Rol. Se trata de Gustavo Rol. L’uomo, la vita, il mistero [Gustavo Rol – el hombre, la vida, el misterio], ediciones Età dell’Acquario, del periodista Maurizio Ternavasio. Este autor es el primero que ha escrito una biografía sobre Rol sin haberlo conocido. Este libro es una discreta síntesis de lo que se había dicho con anterioridad. Recoge, de todas formas, algunos testimonios inéditos de gran valor documental. Entre estos, en particular, destaca el del dr. Carlo Buffa di Perrero, un profesional que, entre otras cosas, era también un prestidigitador. Así lo introduce Ternavasio:
[Carlo Buffa di Perrero] «ha sido, junto con su padre, uno de los fundadores del círculo de Amigos de la Magia [circulo de prestidigitadores], además de amigo de la familia de Gustavo: las respectivas casas de campo, ambas situadas en la provincia de Turín, distaban pocos kilómetros la una de la otra. Entre mediados de los años ’60 y ’70 sucedía con frecuendia que los dos núcleos se reencontraban en Cavour en casa de Buffa o en San Secondo en casa de Rol, o en el apartamento de la hermana Maria, que vivía en Corso Galileo Ferraris, en Turín, para desahogar libremente las respectivas capacidades, que tenían una base profundamente distinta».
[Dice Buffa]: «Una tarde, en casa de María, Gustavo preguntó: ‘¿Qué querrías que hiciera con esta baraja de cartas?’. Y yo, de rebote, después de haberlo pensado un poco, respondí: ‘Deseo que todas las cartas estén rasgadas’. De hecho es bien sabido que, al igual que con un paquete de folios, no es absolutamente posible reducir en ese estado una baraja entera con un único movimiento, y menos en una fracción de segundos. Entonces, después de algunos instantes, Gustavo cogió la baraja dentro de la confección que tenía delante y me la dio aún cerrada dentro de la caja original para que la abriera: y bien, todas las cartas estaban rasgadas por la mitad. Conociendo a fondo los trucos de este tipo de juegos, estoy seguro de que no se trataba de una ilusión realizada por un prestidigitador:
ninguna técnica de prestidigitación puede explicar, avalorar o dar cuentas de un fenómeno de este tipo. Si cuando era joven era un poco escéptico sobre lo que se decía de él, desde entonces he creído ciegamente».
Citemos aún el siguiente pasaje del Buffa (hay también otros), de manera que los escépticos tomen nota...
«“En presencia de Gustavo, mi atención estaba siempre al máximo preparada para enfocar cada pequeño detalle. Por otro lado, en más de una ocasión me han encargado, de parte del círculo de mágico al que pertenezco, de desenmascarar a quien declaraba tener poderes ocultos, mientras era, sin embargo, un simple ilusionista. Y éste no era el caso de Rol, obviamente”».
El 2003 ha sido el año más prolífico en biografías sobre Rol. Con ocasión del centenario de su nacimiento, celebrado el 20 de junio del mismo año, escritores y editores han aprovechado la conmemoración para publicar nuevos textos. Renzo Allegri ha publicado Rol il grande veggente [Rol el gran vidente], ed. Mondadori, versión actualizada del texto precedente de 1986. Entre las interesantes novedades de este texto hay algunos prodigios inéditos narrados por Giuditta Miscioscia, persona que ha conocido y ha frecuentado Rol a partir de los años ’70 y que ahora como entonces ha alcanzado algunos logros en la esfera del médium (pero de distinto tipo con respecto a los de Rol – y diciendo “esfera del médium” entendemos identificar la tipología):
«Con mucha frecuencia Rol hacía uso de sus misteriosos interventos por diversión. Era una persona divertida, burlona y le gustaba tener animado al grupo. Éramos huéspedes en una de las villas más hermosas de Turín. La dueña de la casa había adquirido hacía poco una gran pileta de mármol, un bloque único, uno de esos objetos que se encuentran en las iglesias medievales. La había transformado en un hermosísimo florero y lo había colocado en una esquina del salón. Se la enseñó a Rol con orgullo. Rol era un gran experto en antigüedades. “Qué hermosa es”, repetía observándola atentamente y dando vueltas a su alrededor para contemplarla. “¿Cuánto pesa?”, preguntó en un momento dado. El tono alegre con el que formuló la pregunta me dio a entender que tenía ganas de divertirse. “No sé exactamente cuánto puede pesar”, respondió la señora, “pero para colocarla en aquel rincón cinco obreros han trabajado arduamente durante horas”. “Oh no”, dijo Rol, “no es posible que pese tanto”. Y volviéndose hacia mí: “Dame la mano”, después se acercó a mi oreja y me susurró: “Ahora le gastamos una broma”. Quería impedírselo, porque había personalidades importantes en aquella casa, pero Rol ya había empezado. Me cogió la mano y la apretó fuerte. Recuerdo que experimenté una sensación extraña, me parecía que me faltara el equilibrio, y estaba transtornada porque me veía contemporáneamente en dos situaciones distintas: estaba sentada en mi sitio junto a Rol, pero al mismo tiempo me veía que, agarrando la mano de Rol, estaba junto a él cerca de la pileta y la empujaba. La pileta se deslizaba por el suelo como si fuera de papel cartón. No hacíamos ningún esfuerzo para moverla, se movía casi como si tuviera ruedas. Evidentemente Rol había provocado para él mismo y para mí un “desdoblamiento”. Habíamos salido de nuestros cuerpos y, en astral, empujábamos la pileta por la habitación. Todos miraban asombrados. La dueña de la casa se había llevado las manos a la cabeza. “Ya está, hecho”, dijo Rol riendo. Y con estas palabras tuve la impresión de volver a entrar dentro de mí misma. Rol me susurró al oído en dialecto piemontés “¿Te ha gustado?”. “No entiendo nada”, respondí, “me siento como si estuviera borracha”. Y él, mientras tanto, reía y se divertía. La dueña de la casa, asustadísima, siempre con las manos en la cabeza, estaba cerca de la pileta y decía: “Pero ¿cómo ha podido ser? No es posible, nadie puede moverla. ¿Cómo ha podido pasar por encima de las alfombras sin estropearlas? Es increíble”. Daba vueltas alrededor de la pileta, la observaba por todas partes. Después, dirigiéndose a Rol, dijo: “¿Y ahora quién me la deja donde estaba?”. “No se preocupe”, respondió Rol, “nosotros se la pondremos en su sitio”. Me cogió de nuevo la mano y vi la misma escena de poco antes: nosotros dos quietos en nuestro sitio que contemporáneamente íbamos hacia la pileta y nos poníamos a arrastrarla por la habitación. Pero Rol se paró en mitad de la habitación. “Ahora se la dejamos aquí”, me dijo simpático. “No, por favor, atraviesa el suelo”, le respondí. Pero él ya lo había decidido. Volvimos a entrar en nuestros cuerpos y la pileta se quedó ahí, en medio de la habitación. Al día siguiente la señora tuvo que llamar a los obreros para que la volvieran a poner en la esquina. “¿Cómo la ha movido?”, le preguntaron asombrados. “No se lo puedo decir”, respondió la señora, “o pensaríais que estoy loca”.
«Un día, algunos años antes de su muerte, nos habíamos peleado. Sucedía con frecuencia, porque yo también tenía un carácter bastante fuerte. Los primeros días de Semana Santa vino a verme: “No puedo pasar la Semana Santa enfadado contigo”, me dijo. Después me preguntó: “¿Tienes huevos?”. “Sí”, respondí. “¿Puedes darme una docena?”, insistió. “No te sientan bien”, le dije. “A tu edad no debes comer huevos”. “No, no te preocupes, coge una docena”. Cogí los huevos del frigorífico. “Ahora ponlos en orden en la mesa, divididos en tres grupos de cuatro cada uno”, dijo Rol. No entendía el motivo de lo que me pedía, pero hice lo que me pedía. Él miraba, con una sonrisa de listillo entre los labios. “Bien, ahora di fuerte “oppì, oppì” como hacías cuando eras niña y jugabas con los soldaditos. Me entraban ganas de reír, también porque no recuerdo haber jugado a los soldaditos de pequeña, pero lo acontenté. ‘Oppì, oppì’ comencé a decir y aquellas palabras parecían encerrar una fuerza mágica. Los doce huevos, divididos en tres grupos, empezaron a moverse sobre la mesa como si estuvieran vivos. Daban vueltas sobre sí mismos, y, dada su forma irregular, subían y bajaban como si estuvieran haciendo la marcha. Me quedé perpleja. Rol reía y me incitaba “Continúa, continúa, adelante, oppì, oppì”. “Oppì, oppì, oppì” seguía repitiendo y los huevos seguían marchando. Cuando llegaron al final de la mesa dejé de darles la orden y ellos se pararon. “Has visto qué buenos son”, dijo Rol. “Ahora prepárate la tortilla”. “No, no”, contesté un poco atemorizada, “a lo mejor hay un pollito vivo dentro”. Y los tiré.
«Volvíamos a Turín desde Savona, en coche, por la autopista. Una vez que llegamos al paso del Turchino nos paramos a almorzar en el Autogrill. En la mesa de al lado había una pareja. Ella era grande, enorme. Estaban tomándose ya el helado. Tenían que haber comido mucho y la señora sorbía el helado lentamente, con dificultad, porque estaba demasiado llena, pero se veía que el helado le gustaba mucho. Rol la avistaba desde lejos y le brillaban los ojos. Me di cuenta de que quería divertirse. Cuando la señora terminó el helado, apoyó la cabeza en el hombro del marido y murmuró exhausta pero satisfecha: “Lo he conseguido, me lo he comido todo”. “Hagamos que se coma otro”, me susurró Rol. “No, por favor, la vas a matar”, le supliqué, pero ya era tarde: Rol ya había intervenido, la copa del helado de la señora estaba de nuevo llena, misteriosamente. El marido de la mujer, después de haber oído la frase “Lo he conseguido”, había mirado la copa que, de hecho, no estaba vacía, sino llena, y dijo le dijo a su mujer: “¿Y eso?”. Ella miró y empalideció. “¿Quién lo ha traído?” preguntó con un hilo de voz. “Es el tuyo”, contestó el marido. “Imposible, lo acabo de terminar”, murmuró ella. “Te parecía haberlo acabado”, dijo el hombre riéndose. La señora estaba perpleja. Pálida, miraba a su alrededor. Comenzó a comer de nuevo poco a poco, con dificultad. Cuando por fin terminó, suspiró hacia el marido con las manos en el estómago: “No puedo más”. “Más, más”, repitió Rol en voz baja como si diera la orden a una presencia invisible, y la copa de helado de la señora apareció llena una vez más. Esta vez fue el marido quien palideció. “No es posible”, lo oí murmurar desolado y miraba a su alrededor desconfiado. Después cogió la copa del helado y empezó a inspeccionarla atentamente. Apenas hubo terminado se levantó de un salto, pero Rol, rapidísimo, había vuelto a repetir “Más, más” y la copa estaba otra vez llena. “Vámonos, aquí hay algo que no funciona”, y empujó a la mujer hacia la caja del restaurante. Rol se desternillaba, como un chaval.
«Estábamos en Rapallo. Nos paramos en una tienda para comprar algo de fruta. En cima de un montón de peras había una grande, el doble de las demás, amarilla como la miel. “Qué hermosa”, dijo Rol indicándola. “Sí, es magnífica”, contestó la frutera. “¿Me la puede dar?”, preguntó Rol con una tímida voz de niño. “Ciertamente”, respondió la señora. Cogió la pera y la puso en la balanza. Yo, mientras tanto miraba alrededor para escoger otras frutas y después de algunos instantes volví a oir a Rol con esa voz extraña: “Qué hermosa aquella pera, ¿puede dármela?”. “Ya se la he puesto en la balanza”, dijo la señora. “No, no, está ahí”, dijo Rol. De hecho la pera grande estaba todavía en su sitio encima del montón. La señora la cogió y estaba poniéndola en la balanza, pero se quedó atónita, porque la pera ya estaba en la balanza. Volvió a mirar el montón y la balanza. Bajó la cabeza y dijo: “Creía que tenía sólo una así de grande, sin embargo había dos”. “Y ésa ¿puede dármela?”, dijo una vez más Rol indicando el montón. La señora miró, y la pera grande y amarilla como la miel esta ahí que reinaba en la cima del montón. La frutera se quedó muda e inmóvil. Echaba miradas desconfiadas al montón de peras y a la balanza. Al final cogió la tercera pera y la puso al lado de las otras dos en la balanza. “¿Y aquélla?”, dijo Rol señalando de nuevo al montón. “Querría también aquélla”. Yo reía, me divertía muchísimo viendo a Rol tan contento, pero entendía el engorro de la señora. Aquella mujer estaba asustada. Había cogido en seguida la pera y la había puesto en la bandeja de la balanza. Pero Rol inmediatamente había indicado otra. “Basta”, intervine, “cinco peras son suficientes. Son tan grandes que no conseguirás comértelas” y cerré la cuenta. Pero la frutera no entendía nada, le temblaban las manos, estaba a punto de desmayarse».
«Nos habían invitado a una casa muy chic. Gente muy conocida de Turín, y un poco snob. Rol no tenía ganas de ir, y fui yo quien insistí porque deseaban enormemente tenerlo como invitado. Pero desde el principio me di cuenta de que no era un ambiente en el que se pudiera sentir a gusto. Demasiada etiqueta, demasiadas reservas, demasiado manierismo. Rol sí que era muy elegante y señoril, pero también muy simple y cordial. Me di cuenta de que estaba nervioso porque daba golpecitos con los dedos sobre la mesa y hablaba con monosilábicos. De repente me cuchicheó al oído: “Cuánto beben en esta casa”. “Pórtate bien”, le dije, intuyendo que estaba pensando una de las suyas. La dueña de la casa, que se había dado cuenta del malestar de Rol, intentaba conversar, pero él contestaba de manera evasiva. Después de un rato me dijo de nuevo al oído: “Cuánto beben en esta casa”. “No es verdad”, rebatí. “Mira, en la mesa no hay nada con alcohol”. Rol me fulminó con una de sus terribles miradas. Rol tenía una baraja de cartas en la mano, se levantó de golpe de la silla. “Te he dicho que aquí beben”, dijo en voz alta y lanzó las cartas contra la pared. En la habitación de al lado se oyó un grito. La dueña de la casa acudió; fui yo también con otros invitados. Las cartas que Rol había lanzado contra la pared habían atravesado el muro y le habían caído encima a la camarera, que estaba sentada en un sofá con una botella de vino en la mano y se la estaba acabando. Estaba asustada y lloraba. Volvimos al salón y Rol, sonriendo, me dijo: “Te había dicho que aquí beben”. Pero la escena no había gustado y poco después nos fuimos».
«Una vez Rol se enfadó aquí, en mi casa. La estábamos reestructurando todavía y estaban los obreros. Entre ellos había un joven muy bueno, pero bastante antipático. Todos sabían quién era Rol y sentían un gran respeto hacia él, menos el joven. “Rol es sólo un liante”, le decía a sus compañeros de trabajo. “A mí no me gusta, no creo en nada de lo que hace, son todos trucos, una tomadura de pelo”. No sé por qué motivo era tan contrario y malo con respecto a Rol, mientras Rol sin embargo sentía por él una gran estima y una enorme simpatía. “Qué buen chaval”, decía, mirándolo mientras trabajaba. “Es realmente un buen joven”. Sentía que estimara tanto a aquélla persona que, sin embargo, estaba tan en contra suya y un día le dije: “Es verdad que es un buen trabajador, pero él siempre te toma el pelo, no cree para nada en lo que haces y habla mal de ti”. Rol no contestó. Pero mis palabras le habían hecho daño. Algunos días después vino aquí a visitarme, y al no ver al joven albañil me preguntó: “¿Dónde está aquel joven tan bueno?”. Creo que está trabajando en el piso de abajo, en el cuarto de estar”, contesté. “Ése sí que es bueno y despierto”, dijo Rol. “Tú lo estimas y él se burla de ti”, rebatí. “Pero es bueno”, insistía Rol y caminaba nervioso por la habitación. Después se paró en ese preciso punto, donde está la silla. “Está aquí debajo de mis pies”, dijo serio. Después, mirando a su alrededor, dijo: “Dame ese ladrillo que está en la ventana”. Cogí el ladrillo y se lo di. Miró fijamente el suelo y después lanzó con fuerza el ladrillo contra el suelo. Oímos un golpe y el ladrillo desapareció. Se oyó un grito que provenía del cuarto de estar. Bajamos. El joven estaba en el suelo asustado: no había ninguna marca, ni siquiera una marca en el enlucido. “Podía haberme matado”, dijo el joven con rabia, y no quiso volver a trabajar en casa ».
Los dos fragmentos que siguen a continuación están tomados, sin embargo, de la revista Chi (21/02/2003 y 28/02/2003) donde el periodista Renzo Allegri posee una sección fija dedicada al “misterio”. Son sólo una continuación de lo anterior, pero no están incluídos en el libro:
«Estaba en su casa, con algunas amigas mías. Rol estaba un poco triste, creo que había discutido con una persona a la que quería. Empezó a hablar de la pena de las cosas que se acaban, de las relaciones que se interrumpen, de los amores que se desvanecen. Decía que parecen una rama rota, una rama que se queda casi como una herida incurable en el paisaje. Cogió una tela virgen, pegada a la cartulina. Me la enseñó a mí y a las demás personas que estaban presentes para que pudiéramos examinarla y constatar que era virgen. Después la puso en el caballete. Delante de la tele, sobre una mesita, puso la paleta de las pinturas, algunos pinceles, la espátula, el vaso con el agua, en fin, todo lo que necesita un pintor. Después se alejó y nos pidió que no nos moviéramos de nuestro sitio. Era mediodía, y por consiguiente la habitación estaba llena de luz. Se acercó a la cocina donde se estaba preparando la comida. Bromeaba, decía frases divertidas, preguntaba si nosotros también queríamos comer el potajito. Estaba en la parte opuesta al caballete con la tela. Nosotros lo mirábamos a él y a la tela. Yo sabía que estaba a punto de suceder algo extraordinario, y no le quitaba el ojo de encima a nada. En un momento dado ocurrió el prodigio. Los pinceles empezaron a moverse solos: se levantaban de la paleta, se impregnavan de pintura, de agua, volaban sobre la tela, tenían los movimientos típicos como si estuvieran en manos de un artista invisible. El trabajo se desarrollaba de manera frenética, se oía incluso el ruido que hacían los pinceles contra la tela. Rol reía y seguía bromeando. El fenómeno duró 5, tal vez 6 minutos. Después los pinceles volvieron a su sitio, inertes. El cuadro estaba terminado. Rol dijo que podíamos mirarlo bien. Nos levantamos y fuimos a mirarlo de cerca. Los corores estaban frescos y la escena reflejaba su razonamiento».
«Una tarde estábamos aquí, con un cuadro en el que, en el centro de un paisaje invernal, lleno de nieve, se veía el capitel de la Virgen de San Secondo. “Gustavo, figúrate que frío que tendría la Virgen con toda esa nieve”, dije. Él empezó a mirarme fijamente, repitiendo, “¿Frío?, ¿frío?, ¿frío? La Virgen no tiene frío”. Y en ese momento una lengua de fuego salió del cuadro, una lengua que parecía la llama cegadora de un soldador eléctrico. Corrí a ver, pero en el cuadro no había quedado ni rastro».
Un libro importante que centra su atención justo en los experimentos es el segundo texto sobre Rol escrito por Maurizio Ternavasio, titulado Rol. Esperimenti e Testimonianze [Rol. Experimentos y Testimonios], ediciones l’Età dell’Acquario, publicado a finales del 2003. Ternavasio ha conducido un gran trabajo de documentación entre las personas que han conocido a Rol, recogiendo un gran número de prodigios de todo tipo, algunos verdaderamente sorprendentes. Proponemos aquí una breve selección:
[Roberto Sacco] «Sorprendentemente dejaba que lo hiciera yo todo: él jamás manejaba las cartas, es más, estaba a una cierta distancia, es más, siempre se trataba de barajas intactas que tocaba abrir a los demás. Uno de los juegos más clamorosos sucedió la vez que, teniendo todas las cartas en mis manos, Rol me pidió que dijera en voz alta la que había elegido. Cuando lo hice, me invitó a golpear la baraja entera contra la mesa, de manera que le asestara un golpe decidido pero no violento. Y bien, se dio la vuelta sólo la carta que yo había elegido. La cosa más sorprendente es que he repetido una veintena de veces el movimiento cambiando cada una de las veces de objetivo, y en todas ha salido única y exclusivamente la carta que quería».
«Delante de numerosas personas, amamantando el todo con un poco de teatralidad, preguntaba: “¿En qué orden queréis que se organicen?”. Ante cualquier respuesta, por color, por palo, una vuelta en un sentido y la siguiente en el contrario, en orden creciente o decreciente, el experimento salía a la perfección. Y él, lo repito por enésima vez porque era la cosa más apabullante e inexplicable, aunque no tocara nunca las cartas las dirigía con una batuta, disponía de ellas a placer».
«Un buen día, papá, que tenía una empresa que se ocupaba de planos, recibe la agradable visita de Rol, y entonces llama a su colaborador de confianza para presentarle a aquel extraordinario personaje. En cuanto se presentó delante, el sensitivo empieza a contar un gran número de episodios relacionados con su vida privada. “¿Y usted cómo sabe todas estas cosas?”, le pregunta el colega de mi padre. Y Rol, sin apenas inmutarse: “Es muy sencillo: usted tiene en el bolsillo un papelito en el que están escritos todos los hechos que le he referido”. Y obviamente, así era.
«Hizo que escogiera una carta de la baraja, después me pidió que la pasara transversalmente a través del espeso rellano de madera de la mesa rectangular entorno al cual estábamos sentados. Sigo: la carta estaba atravesada de arriba abajo por tres cuartos, pero no quería enfilarse completamente. A petición suya sigo intentándolo sin estropearla. “Me temo que no se pueda más”, susurró Rol, “intenta ir debajo de la mesa y a tirarla desde esa posición”. Después que insistimos un poco pasó a través de la madera, a parte un pequeño borde que se arrancó».
[Valerio Gentile] [En casa de un conocido que quería ponerlo a prueba] «...Rol empezó a señalar una serie de libros elegidos al azar en la rica biblioteca del apartamento, y de cada libro supo decir las palabras que estaban escritas en cualquier página que se escogiera».
[Arturo Bergandi] «...Rol me invitaba a que cogiera de su riquísima biblioteca un libro a mi libre elección, y leer en voz alta una línea cualquiera, a volver aponerlo en su sitio y a meterme una mano en el bolsillo, donde encontraba un papel con su letra que citaba justo el fragmento que acababa de leer».
«Estábamos juntos en el ascensor de casa, no recuerdo si subíamos o bajábamos. En un momento dado me dice: “Bergandone, ¿quiere ver cómo en un momento me vuelvo grande?”. Un instante después tocaba el plafón de la cabina con la cabeza, después, en pocos segundos, volvía a la normalidad. No he llegado a entender cómo lo hacía: seguro que no se ponía de puntillas, además porque se alargaba entero de una manera extraña, incomprensible».
...Graziella, con su marido Gianni y con Gustavo, se halla en el restaurante Firenze en la calle San Francesco de Paola. «Más o menos a mitad de la cena entra en el local una amiga que, antes de llegar a la suya, se para en nuestra mesa durante algunos minutos. Apenas se hubo alejado, Gianni, bromeando, dijo: “Es una hermosa mujer, pero tiene la cara un poco equina”. Gustavo hizo un gesto como de estar de acuerdo, después se puso a escribir en el aire con su lápiz, entonces pide a mi marido que mirara la servilleta que tenía en el regazo: en su interior había escrito la frase “Tiene la cara un poco equina”. ¿Qué mejor demostración de que no podía haber nada prestablecido?».
[El periodista de La Stampa Sera, Nevio Boni] «Nos encontrábamos en casa de la pintora Carol Rama. Después de haber mostrado a los presentes algunos juegos de cartas con los cuales, de vez en cuando me divertía para entretener a los niños, Rol, de manera simpática me tiró el guante como símbolo de desafío. “Usted es muy bueno. ¿Pero es capaz de hacer también esto?” Y empezó a trabajar mentalmente de manera que las cartas de una baraja, precedentemente mezcladas por un tercero, se organizaran perfectamente en orden sin que él las tocara. Después se dejó ir desahogándose con el firmante: “¿Por qué Piero Angela la tiene tomada conmigo? No obstante haya asistido a pruebas inauditas en mi casa, va diciendo que detrás de lo que hago siempre hay un truco”. Entonces me contó con pelos y señales cómo se había desarrollado el famoso encuentro. “Me pidió que le diera una demostración de lectura a distancia: llamó por teléfono a un amigo que estaba en Boston, le dijo que abriera un libro cualquiera, yo he leído en voz alta el contenido de modo que Angela pudiera, a su vez, transmitirlo a quien estaba al otro lado de la línea para obtener el cotejo. Por añadidura la llamada intercontinental me ha costado un montón de dinero”, ha apuntado un motivo de hilaridad en medio de tanta amargura, para añadir posteriormente: “Quién sabe qué cara habrá puesto Angela una vez que ha entrado en su casa cuando ha descubierto que todas las cartas de la baraja que tenía en el bolsillo llevaban mi firma, al igual que todos los cheques del libreto que tenía en la cartera».
[Maria Vittoria Trio, capeona italiana de salto de longitud] «Una tarde me recibió con el delantal de pintor, ya que estaba terminando un lienzo en el que figuraba un jarrón de flores cuyos pétalos caían sobre la mesita, después me invitó a sentarme a su lado. Gustavo, de hecho, evitaba a conciencia el tener en frente suya al invitado de turno, para que éste no se sintiera condicionado o sugestionado por sus penetrantes ojos. “Hay algo en la pintura que no acaba de convencerme. ¿No crees que aquel pétalo tenga una sombra poco real? ¿Qué dices si le hago un pequeño cambio?” “Puede que tengas razón”, le respondí, “aunque no sea la persona más indicada para dar un juicio pertinente”. El caballete con el relativo portapinceles se hallaba a dos metros de distancia de nosotros, aproximadamente, a poca distancia de la ventana. En un momento dado, a plena luz del sol, que iluminaba el estudio, vi elevarse el pincel y realizar el cambio que Gustavo había indicado. Incluso ahora, cuando cuento aquel episodio, me pongo a temblar. Aunque haya sido siempre una persona racional, apartada y por naturaleza más que nada desconfiada. Lo que hacía Rol me helaba la sangre: después de haber asistido a fenómenos como aquél no era absolutamente capaz de mantener una conversación. Escuchaba y nada más, respondía con monosílabos, me quedaba bloqueada durante mucho tiempo, casi turbada por lo que había visto realizarse delante de mis incrédulos ojos».
[Giovanna Demeglio] «Lo que he presenciado ha sucedido en más de una ocasión, tanto en su casa como en mi tienda de la calle Goito... Después de apoyarlo en cualquier parte, Gustavo sometía a mi juicio el cuadro en el que estuviera trabajando en ese momento. Entonces podía suceder que con mucho garbo sugiriese algún cambio insignificante, después seguía hablando un poco de todo, quedándose bastante lejos del lienzo. Cuando el encuentro llegaba a su fin, volviendo a acercarme al cuadro me daba cuenta de que se había modificado solo siguiendo las indicaciones que había realizado poco tiempo antes».
[R:S.] «Estábamos observando un cuadro en el que figuraba un jarrón con rosas, Gustavo estaba sentado a un par metros del caballete: en un momento dado nos dimos cuenta de que el pincel se movía solo e iba a añadir sobre el lienzo algunos particulares importantes».
«En un momento dado, sin que Rol hubiera dicho o hecho nada en absoluto, he visto con total certeza un tapón de corcho viajar por el aire de la cocina a la sala, donde estábamos reunidos: nos hemos quedado todos literalmente de piedra».
[Carla Rolli Casalegno] «En su apartamento, además de la anteriormente citada, estaban presentes otras dos personas que no recuerdo. Después de habernos entretenido un rato con las cartas, dijo abiertamente que quería dedicarse a la pintura. “Ahora, en un cuarto de hora, intentaré pintar un cuadro”. La penumbra se aclaraba con un poco de luz, nosotros estábamos al lado suyo, a al menos dos metros del caballete sobre el cual estaba apoyado un lienzo intacto. Gustavo, como un director de orquesta, movía delicadamente la mano en el aire, mientras tanto el pincel se movía solo dejando trazos de colores sobre el mismo lienzo. Después de un momento apareció un cuadro que representaba unas rosas, sus rosas».
[Pasquale Pisapia – pastelero] «Cerca de la barra había un chaval que tenía un reloj de pulsera en la mano, y él, estando a una cierta distancia, hizo que desapareciera de golpe, después le ha invitado a rebuscar con la cucharilla en la azucarera. Éste, completamente blanco, sin decir una palabra, lo ha encontrado en el fondo, debajo de un espeso manto de azúcar» .
[Chiara Barbieri – en el restaurante] «Estaba sentada a su lado, Gustavo tenía delante suya un plato de ensalada, le faltaban los condimentos: ha chasqueado los dedos de manera discreta y poco ruidosa, después de un instante he visto el salero moverse por el aire hasta llegar a nuestra mesa».
«Estaba sentado en la mesa de costumbre del restaurante, desde mi posición veía a Rol de perfil. En un momento dado pasó la extremidad superior a través de la pared: por una parte estaban la mano y el antebrazo hasta la altura del codo, por la otra el brazo y todo el resto».
[Delfina Fasano – excantante] «Estábamos cinco o seis en el piso de mi hermana Dina, en Corso Raffaello, sentados en un extremo de la gran mesa oval. En mitad de un experimento con las cartas Gustavo me dice: “Coge una carta cualquiera, y métela donde quieras”. La escojo, me levanto, la pongo detrás de un jarrón que se hallaba en la otra punta del salón, a almenos siete u ocho metros de distancia de nosotros. Después de algunos instantes la carta, volando en el aire, volvió a nuestra mesa».
El 10 de abril de 1980, a petición de Rol, Giovanni Sesia llama a Tullio Regge, candidato al premio Nobel de física, para invitarlo a una velada en compañía del sensitivo. Aun declarándose continuamente escéptico ante los poderes de este último, Regge le había contado un caso significativo de videncia que Sesia había diligentemente apuntado y que [Regge] nos expone: «Si antes le he dicho que en mi opinión Rol usa trucos, también tengo que citarle un episodio que me ha impresionado. En el ’44 un oficial del Armir jugaba a dos bandas entre los partisanos y los aliados que residían en Suiza, y se encontraba en Zermatt con uno llamado Alan Dulles. Cuando atravesaba el Plateau Rosa se cubría el rostro para no broncearse, ya que un bronceado excesivo podía parecer sospechosa ante los alemanes y podía costarle el fusilamiento. Una tarde este oficial estaba cenando en el Valle de Aosta con otras personas. Ninguno estaba al corriente de su actividad, que por razones obvias, se mantenía en secreto. En un momento dado Rol empieza a decir: “Tú no hablas, pero te veo en peligro. Te veo en una iglesia. En esa iglesia está la muerte”. Efectivamente al día siguiente el oficial tenía una cita en la iglesia de San Felipe con los miembros del comité de la liberación nacional. No fue a la cita y así se salvó la vida. Todos los demás fueron arrestados y fusilados en el Martinetto. He aquí un hombre que cree ciegamente en Rol».
[Giovanni Paladin – artesano] «Un día vino Rol a la tienda, aferró un fragmento de un marco de siete u ocho centímetros de largo y le dijo al trabajador dependiente que se encontraba en la habitación más lejana a aquélla en la que nos encontrábamos que tuviera cuidado, porque le habría pasado la maderita que tenía en la mano. Y así hizo, lanzando con fuerza en esa dirección el trozo de marco desapareció misteriosamente sin hacer ruido. Me fui corriendo al otro local y vi en el suelo lo que poco antes había tirado».
[Vittoria Storero] «En una ocasión en penumbras he entrevisto nítidamente el pincel moverse solo en las cercanías del lienzo, mientras que Gustavo estaba a tres o cuatro metros de distancia... En otra no he podido evitar ponerme a gritar. Para precisar: mi marido al principio era bastante reticente, y no le gustaba demasiado participar en las reuniones en el transcurso de las cuales Rol realizaba sus experimentos. Aquella vez, casi como un símbolo de desafío, Gustavo le dijo: “Ahora intentaré desdoblarte, de manera que puedas verte el doble”. Nos hallábamos en el estudio, en parte esclarecido por algunos débiles haces de luz. A un cierto punto me di cuenta de que una cabeza igual a la de mi marido se movía por las paredes, casi como una máscara sin el cuerpo que la sostuviera. He gritado para que encendieran la luz, y eso hicieron, y el rostro desapareció. Estoy completamente segura de que no se trató de una alucinación, porque, además, mi marido, que esa noche no consiguió pegar ojo, vio lo mismo que vi yo. Es más, después ha referido que en el momento en el que su rostro ha sufrido una especie de shock, como cuando se recibe una fuerte bofetada en la cara».
[G.M.] «Debía ser en 1993, me acababa de mudar a Turín por motivos de trabajo. Un viernes por la tarde, en pleno invierno, mi padre y yo habíamos sido invitados a una pequeña fiesta que daban en un amplio y elegante apartamento de la Crocetta. Las aproximadamente veinte personas que estaban presentes, todas bastante más ancianas de la anteriormente citada, formaban un corro entorno a un señor de una cierta edad más bien alto y muy distinguido que tenía el aspecto de un importante director de empresa. Algunos lo llamaban maestro, muchos se ocupaban sólo de él. Me siento en un sofá para beber algo, aquel individuo se planta delante mía, en un pequeño sofá que se hallaba a una distancia de un par de metros, y empieza a mirarme. Algunos segundos después, el tiempo de entreverar los ojos durante un instante, se hallaba de nuevo ahí, enfrente mía, colocado en el mismo sofá. Me asusté, pensé que estaba teniendo alucinaciones o que había bebido algo que me había hecho daño, en realidad soy abstemio y se trataba de una simple coca-cola con una rodaja de limón. Me levanté, saludé a mi padre y al dueño del apartamento, y preferí volver a casa con rapidez. Sólo después de algún tiempo he entendido quién era aquél tipo extraño».

Muchos médicos se valían de las posibilidades “paranormales” de Gustavo Rol. Durante complicadas operaciones quirúrgicas requerían su presencia, determinante en muchos casos. También son muchos los testimonios de curaciones realizadas por él.
Remo Lugli, en Rol una vita di prodigi , [Rol, una vida de prodigios] muestra el testimonio de la señora V.:
«En el ’76 fui con Rol al hospital de Pinerolo para hacerle una visita a un tío mío, Gioachino Cirino, de 60 años, que había sido ingresado por un ictus. Estaba en coma desde hace tres días y los médicos decían que no había esperanzas. Rol se quedó un poco junto a la cabecera de su cama, le puso dos dedos sobre la frente y le repitió unas cuantas veces: “Mañana estará mejor”. Volvimos a Turín y la misma tarde la hija, mi prima, me llamó por teléfono para decirme que una hora después de que nos fuéramos su padre había recuperado la conciencia y había dicho algo relacionado con un cheque que tenía en el bolsillo. Después se había tomado una sopita. Se curó y vivió diez años más».
Siempre la señora V.: «Una noche, mi hija Manuela, que entonces tenía diez años, lloraba en continuación. Por la mañana llamo a Rol y se lo digo. No me dio tiempo de terminar de contárselo y él casi me gritaba: “No la mueva, llévela a que la ingresen en seguida: Manuela tiene la peritonitis”. Era como si lo hubiera sentido por mi voz, no por las palabras que le había dicho. Eran las nueve. El médico que llamé tardó en venir y la niña ingresó en el hospital casi a mediodía. A la una estaba en la sala de operaciones. Era verdad: peritonitis. El cirujano más tarde me dijo: “Si el intervento hubiera comenzado media hora más tarde su hija ahora sería un ángel”».
Renzo Allegri, en Rol il mistero [Rol el misterio] muestra el testimonio del doctor Alfredo Gaito, médico personal de Rol durante varios años y al mismo tiempo vicepresidente del Orden de Médicos de Turín:
«Un día volví a casa y mi hijo tenía la fiebre altísima, a más de cuarenta. Llamé al pediatra

que le mandó un tratamiento. Pero no le bajaba la fiebre y siguió durante toda la noche y todo el día siguiente. Cuando volví a casa la tarde siguiente, encontré a mi mujer preocupada porque el niño aún tenía cuarenta de fiebre y desvariaba. Fui a verlo. Estaba rojísimo, ardiendo: tenía un fiebrón tremendo. Soy muy amigo del doctor Rol y decidí llamarlo. Fui a mi estudio y lo llamé por teléfono. Le dije: “El niño tiene un fiebrón de caballo y no conseguimos que se le pase”. “Cuelga, ya me ocupo yo”, respondió. Rol colgó. Creí que había colgado tan rápida y bruscamente porque tenía cosas que hacer. Volví a la habitación del niño para contarle a mi mujer la llamada a Rol y me di cuenta de que el rostro de mi hijo ya no era tan rojo como hacía medio minuto. Le toqué la frente y ya no estaba ardiendo. Medí la temperatura y la encontré normal: menos de 37».
Maria Luisa Giordano en Rol e l’altra dimensione [Rol y la otra dimensión]:
«Me llamó desde Bérgamo el sobrino de una señora que se encontraba en coma profundo e irreversible desde hacía muchos días, lamentablemente con un prognóstico nefasto. Me suplicaba que lo pusiera en contacto con Rol. Hablaron sólo por teléfono y Rol no lo dudó un instante, le dijo que a medianoche del mismo día su tía habría abierto nuevamente los ojos. Por el resto, aseguraba que haría todo lo que pudiera y que rezara, concluyendo después: “Estamos en las manos de Dios”. A medianoche la señora abrió los ojos y volvió a tener conciencia, y no sólo eso, sino que en poquísimo tiempo se curó del todo. Los médicos estaban estupefactos».
Siempre en el mismo texto el testimonio de la doctora Barbieri:
«Otro episodio del que he sido testigo, siempre en el restaurante ‘La Pace’ (La Paz), está relacionada con una extraña curación de un traqueotomizado. Rol cenaba dos mesas más allá de la mía, en su habitual mesa redonda de la esquina. Estaba con de los médicos que yo conocía de vista y entre ellos había un señor traqueotomizado. Rol le puso las manos en la garganta y el señor se levantó de un salto gritando: habían desaparecido todas las vendas y las heridas. Rol se dio cuenta en ese momento de que, entre el gentío del restaurante, había alguno que lo había visto en ese preciso momento. Se giró hacia mí y me puso el índice delante de la boca para imponerme que no dijera nada. Yo hice exactamente lo que me había dicho. La tarde siguiente lo vi en el restaurante y, como si no pasara nada, le dije (refiriéndome al milagro que había visto la tarde anterior): “Pero doctor, usted que puede curar a todos ¿por qué no lo hace?”. Él sonrió y me dijo: “Porque
no está en el karma de todos el ser curados. Dios usa las enfermedades para que entendamos muchas cosas. Aquél señor podía ser curado y así ha sido”».
Maurizio Ternavasio, en Rol. Esperimenti e Testimonianze [Rol. Experimentos y Testimonios] contribuye también en este aspecto al añadir una importante documentación:
[Bergandi – a la vuelta de un encargo que le había hecho Rol] «...volví a su casa cojeando debido una infección extendida por toda la pierna que me atormentaba desde hacía tiempo. Hacía aproximadamente una semana, de hecho, para eliminar un callo que me molestaba había ido demasiado lejos con la cuchilla. Rol se dio cuenta, me preguntó qué me pasaba y me dijo que me quitara el calcetín. Me rozó con una mano, sentí una ráfaga de calor seguida de una ola de frío. Moraleja: no había pasado ni tan siquiera media hora y la hinchazón empezaba a bajar, así como el dolor que hasta entonces me entorpecía la extremidad».
[Franca Ruscalla] «Recuerdo, por ejemplo, el caso de un querido amigo ingresado en la clínica Bidone a la espera de una delicada operación que se había vuelto necesaria por un tumor pulmonar. Y bien, no obstante la urgencia de la intervención, el cirujano no podía intervenir debido a una fiebre persistente que no parecía que fuera a bajar mínimamente. Un día Gustavo fue a verlo y lo rozó con una mano como hacía normalmente en esos casos: y bien, la fiebre desapareció de golpe, mi amigo fue operado y goza aún hoy de buena salud».
«Tenía que ir a un bautismo, tenía un dolor de cabeza infernal, de esos que no te dejan hacer nada. Gustavo me llama para las usuales charlas, le explico mi pequeño problema y él me dice: “Separa la boca del auricular, posiciónalo durante algunos segundos a la altura de la cabeza y verás que te pasará en seguida”. Así fue, es más, en un abrir y cerrar de ojos: una vez terminada la llamada el dolor de cabeza no era más que un recuerdo».
[Sandro Rho] «transcurría el otoño de 1981... mi abuela, que entonces tenía 84 años, sufría horriblemente por una terrible neuralgia al trigémino que ningún médico había conseguido curarle, a pesar de las numerosas consultas realizadas. Un día, Rol y papá [Beppe Rho, director Comau] hablaron por teléfono: “Te noto preocupado”, dijo el primero. “De hecho así es, mi suegra está en las últimas, dos inyecciones de morfina al día no le dan ni siquiera un poco de ayuda”. “No te preocupes”, contestó el sensitivo, “dile a tu hijo que venga a recogerme en seguida y veremos qué se puede hacer”. Salí inmediatamente, y una vez que llegué a la calle Silvio Pellico... descubro a un hombre simpático y de gran carisma, pero al que no podía mirar a los ojos, por lo penetrante de su mirada. Llegamos... en casa de mi abuela, y durante media hora se discute de todo un poco. En un momento dado, estaba vestido de punta en blanco, hablaba con mi madre mientras estaba cómodamente sentado en una butaca, aferra su pie derecho y como si no sucediera nada se lo pone detrás de la cabeza. A continuación, después de haber entretenido a la enfermera haciéndole muchos elogios, dice: “Ahora estoy listo, podemos empezar”. A mi madre le pidió que aferrara con la mano derecha el pulgar izquierdo de la abuela, él hizo lo mismo con el pulgar derecho de mi madre, después se puso a soplar durante al menos cinco minutos en el pulgar derecho de la abuela para cerrar el círculo. Yo mientras tanto lo miro: está debilitado, blanco, sudado. Aquél día no fue necesaria la segunda dosis de morfina, después de una decena de tratamientos análogos mi abuela se curó completamente, tanto que no moriría hasta diez años más tarde por causa de otra enfermedad».
[Elena Ballarati] «Gustavo me mira y me dice: “Usted tiene un riñón más bajo que otro, pero eso no le causará nunca ninguna molestia en particular”. Por aquel entonces me quedé muy impresionada: no había tenido nunca el más mínimo problema, y ni siquiera con ocasión de los recientes partes se había mostrado ninguna anomalía. Siete años más tarde tuve un fuerte cólico renal: durante el tratamiento del mismo se descubrió que de hecho el riñón izquierdo era ptósico de nacimiento, es decir, claramente más bajo que el otro».
Corrado Madaro es un viejo dentista que, después de haber conocido a Rol, tuvo un gravísimo accidente en un ojo, debido al descolgamiento de un tirante del portaequipaje del coche. «Considerando la gravedad de la lesión, los médicos habían programado la intervención por enucleación del bulbo ocular. Gustavo venía a verme al hospital con cierta frecuencia: me pasaba la mano cerca de la parte enferma, yo notaba un fluir benéfico y después de cada visita me sentía progresivamente un poco mejor, hasta el punto de dejar a un lado para siempre la hipótesis de la extirpación. Un par de años después me sometí a un transplante del cristalino en Lyon, y de esta manera resolví todos los problemas. Estoy seguro que sin la intervención de Rol las cosas se habrían puesto muy mal».
Lo que ha sido mostrado en esta página es una síntesis, por otra parte muy extensa, de las múltiples posibilidades de Gustavo Rol. Quien esté interesado en profundizar sobre este tema puede consultar las publicaciones que se encuentran hasta día de hoy (sección «
Libros»).


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